El Ladrón De Almas by Terry Goodkind

El Ladrón De Almas by Terry Goodkind

autor:Terry Goodkind
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Fantasía
publicado: 2011-06-09T05:00:00+00:00


18

Zedd despertó con la cabeza dándole vueltas y el estómago agitado por las náuseas. No creía que se hubiese sentido jamás tan mal en toda su vida. No habla creído que fuera posible sentir unas ganas tan intensas de vomitar. Le era imposible alzar la cabeza. Deseó morir en aquel mismo instante, ya que sería una grata liberación a aquella agonía.

Hizo intención de poner las manos sobre la luz que le hería los ojos, pero descubrió que tenía las muñecas atadas a la espalda.

—Creo que está despertando —dijo un hombre con una voz servil.

A pesar de sus náuseas. Zedd intentó usar su don para percibir cuántas personas había a su alrededor. Por algún motivo, el don que generalmente fluía con la misma facilidad que el pensamiento, con la misma sencillez con la que ven los ojos, y los oídos oyen, pareció espeso y lento, como preso en melaza. Razonó que posiblemente era el resultado de la repugnante sustancia con la que habían empapado el trapo para hacerle perder el conocimiento. Con todo, logró percibir que sólo había una persona a su alrededor.

Unas manos forzudas agarraron su túnica y lo levantaron de un tirón. Zedd decidió vomitar. Contrariamente a lo que esperaba, no pudo hacerlo. La oscura noche dio vueltas ante su visión borrosa. Pudo distinguir árboles recortándose contra el cielo, estrellas, y la imponente forma negra del Alcázar.

De improviso, una lengua de fuego se encendió en el aire. Zedd pestañeó ame la inesperada luminosidad. La pequeña llama, ondulando con un movimiento perezoso, flotaba sobre la palma vuelta hacia arriba de una mujer de hirsutos cabellos grises. Zedd vio a otras personas en las sombras. Al igual que el hombre que lo había atacado, también aquéllas tenían que ser personas que no se veían afectadas por la magia.

La mujer de pie ante él lo miró atentamente. Su expresión se crispó con una malsana aversión.

—Bien, bien, bien —dijo con condescendencia—. El gran mago en persona despierta.

Zedd no dijo nada. Ello pareció divertirla. Su temible expresión ceñuda y su nariz curva, iluminadas por la llama que sostenía sobre la palma de la mano, lloraron más cerca de él.

—Eres nuestro —siseó.

Zedd, tras haber aguardado pacientemente, inició el necesario giro mental del don en todo su recorrido hasta el alma para poder simultáneamente invocar rayos, concentrar aire para cortar en dos a aquella mujer y recoger toda piedra y guijarro de las cercanías para aplastarla bajo una avalancha. Esperaba que la noche se iluminara con la cantidad de poder que desencadenó y lanzó.

Nada sucedió.

No queriendo malgastar tiempo en analizar cuál podía ser el problema, se vio forzado a abandonar sus preferencias y a encender el mismísimo fuego de mago para consumirla.

Nada sucedió.

No sólo no sucedió nada, sino que pareció como si el intento en sí no fuese más que un guijarro cayendo a un enorme pozo oscuro. La expectativa se desvaneció ante lo que encontró en su propio interior: una especie de espantoso vacío.

Zedd sintió como si no pudiera encender una lengua de fuego que igualase a la de la mujer ni aunque su vida dependiera de ello.



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